Desastre: Beneficencia por los suelos

Lleno hasta las tejas árabes de Las Ventas, lleno a reventar. Es que es la Beneficencia, oiga. Usted perdone, es que yo pasaba aquí. Indagué y llegue a la conclusión de que la corrida de la Beneficenca era la más alta ocasión que esperaban toreros y aficionados para proclamar que la Fiesta es algo grande y fastuoso. Lleno a rebosar, pero de grandeza nada. Pura mediocridad, incluida la melancólica tristeza de Morante. De Juan José Padilla y de Castella, un elogio sincero estuvieron mejor que los toros de Valdefresno; o sea, la nada inválida, la flojera y una cierta casta impotente.

La corrida de Fraile no pasó el escrutinio. Los sobrevivientes se vinieron abajo enseguida y los remiendos de Victoriano del Río también. ¿Dónde está el prestigio de Valdefresno incapaz de completar un encierro para la tarde más importante del año? Malditos veterinarios, porque seguro que la culpa la tiene el veterinario que los más cultos y un poco pijos, de raíz árabe, llamamos albéitar: al-bei-tar. Esto no viene de afeitar como creen algunos. Los albéitares tienen la culpa de muchas cosas; pero ayer no. Incluso debieron rechazar alguno más. A la salida me encontré con mi amiga Concha, viuda de ManoloTres Palacios hace seis años; otro mazazo. Concha se chuta para ir a la plaza y somos colegas de quirófanos y yonkis para tirar palante. Sigue llevando a su Manolo en sus dolores de discapacitada como yo. Salamanca nos lo da y Salamanca nos lo quita; perra vida. Y perros toros.

Dice el Evangelio Apócrifo del Apocalipsis taurino: cuando veas que la corrida de la Beneficencia es caricatura y mal comercio, tiembla por el porvenir de la Fiesta. Concha y yo nos consolábamos: los de Valdefresno, peor que nosotros. Quien no se consuela es porque no quiere y las respectivas muletas ortopédicas nos dan cierta estabilidad. En total, entre los dos sumamos una veintena de operaciones quirúrgicas.

Morante se puso farruco, se sentó en el estribo y, al final, nada: una verónica buena y una mala. Mejor hubiera estado con una guitarra en las manos y alguna media de ensueño. Y en el palco la Infanta Doña Elena, lo mejor que nos queda de una Monarquía corrupta. Algún día habrá que dedicarle poemas, como se los dedicaban a la Chata. ¡Va por usted, señora!